- Hola,- respondió a su saludo tranquilizándose.- ¿quién eres?
- Joel dijo que estarías en esta casita.
- ¿Eres Dafne?
- ¿Te habló de mí?- Carolina asintió a la pequeña.- Debo ser su favorita.-
dijo contenta.
Era una niña de lo más normal, o eso pensó Carolina con una sonrisa
interior.
- No lo sé, no me lo ha dicho. Sólo que está a tu cuidado y de dos más.
- Sí, Blanca y Bruno, los dos tortolitos.- explicó en una mueca.- Apenas
juegan ahora conmigo. Solo piensan en estar juntos y solitos… ¿Me comprendes?
Rió agachándose a su altura.
- Te comprendo, ¿y los demás niños?
- Juego mucho con Hugo.- dijo entusiasmada.- Y a veces con Angie.
La mujer adulta asintió satisfecha.
- Entonces no estás tan sola como dices.
- No es eso, es solo que Bruno y Blanca eran como mis hermanos mayores.
Pero últimamente lo han descuidado, están un poco extraños.- Arrugó el
entrecejo rascándose la cabeza.- No sé qué les pasa.
Se incorporó.
- ¿Sabes dónde puedo comprar comida y bebidas para mi nevera?
- Sólo debes hacer una lista para que el jardinero vaya a la compra, él se
encarga todas las semanas.
- Muchas gracias, Dafne.
- ¿Quieres venir a jugar conmigo? – Le preguntó.- Puedo mostrarte los
alrededores y decirte quién es el jardinero, así podrás llenar antes la nevera.
Aún no ha salido.
Carolina cedió a la petición de la niña, mejor tener comida que
desempaquetar todo.
Dafne llevó a la muchacha hasta el jardín trasero de la iglesia. El enorme
edificio blanco con el tejado azul pizarra, se alzaba majestuoso, con sus
grandes ventanales redondos y portón rectangular con arco de grueso roble.
Aquello, en vez de un jardín, parecía un huerto. Carolina reconoció la flor
de la patata enseguida, los tomates que colgaban algunos colorados, zanahorias
y ajos tiernos que sobresalían maduros.
El hombre canturreaba en voz baja mientras trabajaba en la tierra
arrancando hierbajos, colocándolos dentro de la carretilla. Tenía las manos
enguantadas, vestía un mono de color verde y botas de goma. Su pelo canoso con
algunas mechas grises oscuras, sobresalían de debajo de su gorro de paja.
Dafne se acercó lo suficiente para que la oyera.
- Aníbal.- llamó al hombre.- Te traigo una sorpresa.- terminó de decir la
niña con una sonrisa de oreja a oreja.- Me dijiste que querías conocerla.
Carolina miró a la pequeña sorprendida, luego rió negando.
Aníbal se incorporó, dirigiendo su azul mirada clara a la muchacha.
- Buenas tardes, señorita.- saludó educadamente.- Me llamo Aníbal. Usted
debe ser la señorita Leada.
- Sí, la misma.
- ¿Le agradó la casita? Está cerca de la iglesia, por lo que debe estar
incluso bendecida.
Carolina rió.
- Es acogedora.- contestó calmándose.
- Carolina quiere encargarte la compra.- habló Dafne.
Aníbal asintió quitándose los guantes.
- Vayamos a pedir una hoja y bolígrafo, seguro que el padre Yael o Uriel
tienen algo en su despacho. ¿Los conoce ya, señorita Leada?
- Carolina, por favor.- corrigió.- No los conozco. Sólo he tenido el placer
de hacerlo con la directora, Dafne y Joel.- contestó.- Me encantará conocerlos.
Aníbal salió del huerto, alojó los guantes sobre las plantas de la
carretilla.
- Están dentro de la iglesia. El padre Yael y Uriel deben estar allí.- dijo
caminando hacia dentro.
La puerta trasera estaba abierta.
Dafne volvió a tirar de Carolina, entusiasmada.
- El padre Yael es muy buena persona. Seguro que te agradará.
- Me alegro que sea un buen sacerdote.- aclamó divertida por la niña.-
¿Pero quién es Uriel?
- Es el profesor de historia.- explicó encogiéndose la niña.- A veces nos
cuenta cuentos, es un poco misterioso. Habla con todo el mundo.
- Parece una persona interesante, Dafne.
- Bueno… no tiene novia, por si se te ocurre ligar con él.
Carolina rió a carcajadas ante la conclusión de la pequeña. Dafne se
volvió, alzó sus negras y preciosas cejas.
- Me comprenderás cuando lo veas, tiene ese aire que llama a todos la
atención y te enamora.
- Eres una niña muy observadora, Dafne.- le dio calmándose.
La pequeña sonrió medio satisfecha, siguió andando. Traspasaron un umbral y
un pasillo lleno de luces gracias a las ventanas, hasta toparse con una
habitación al fondo donde se escuchaban voces.
-… Así que la señorita Leada ya está aquí.
- Sí, ha llegado hoy. Hará unas horas. Viene hacia acá con Dafne.
- ¿La pequeña Dafne?- dijo otra voz dulce y aterciopelada.- Ese duendecillo
cuando ve a una mujer guapa enseguida la atrapa.
Risas.
Dafne frunció el ceño.
- No es cierto,- habló a Carolina.- solo es que me caíste bien.
- Lo sé.- contestó la muchacha amable.- No te preocupes. Pero digo yo que
no soy tan fea.
Dafne rió.
- No, eres bonita, te pareces a mi mamá.
- ¿A tú mamá?
- Sí, ella era castaña como tú, sólo que tenía los ojos marrones, aún así,
os parecéis.
- ¿Y dónde está tu mamá, Dafne?
La pequeña guardó silencio, ya estaban a unos pasos para entrar en la sala.
- No sabría qué contestarte, Carolina.
- ¿No lo sabes?- preguntó extrañada por el cambio de actitud.
- Voy a buscar a Joel, tengo hambre. Búscame luego para cenar, ¿si?- dijo
soltándola y marchándose.
Carolina la vio alejarse, notando como su alrededor se volvía melancólico
sin la niña.
Sacudió su cabeza para centrarse en lo que le esperaba.
Avanzó hasta la sala.
- Señorita Leada, un placer conocerla. Soy el padre Yael.
- Encantada, padre, Carolina, si no le importa.- dijo estrechándole su mano
mostrada.- Sólo venía a hacer una lista de compra, pero veo que conoceré de
paso a más personas. Un placer.
El sacerdote rió junto al jardinero.
- Uriel,- dijo otra voz que no reía a su lado, mostrando su mano a saludo.
Carolina la tomó volviéndose.- Carolina Leada, psicóloga, ¿no es así?
Carolina asintió con una sonrisa.
- ¿El profesor de historia?- dijo ella.
Uriel rió.
- Veo que alguien le dijo sobre mí.
- Oh, solo una niña. Se ve que le encanta su clase.
- Mumm… me pregunto quién será, la mayoría suelen ser tímidos para
decírmelo.
Carolina rió. Se notaba que tenía un alto ego sobre su trabajo.
Se soltó de la mano del profesor al ver la señal de Aníbal con un bolígrafo
en mano.
- Voy a hacer mi lista de la compra.- se disculpó.
- Por supuesto, a eso ha venido.
- Desde luego, este ha sido mi único objetivo de la visita.
- ¿Ya le han mostrado su despacho?
- No tengo prisa. Y comenzar con evaluaciones y papeles no lo haré hoy.
Uriel sonrió divinamente. Sus ojos grises claros resaltaban ante esos
labios bien dibujados de una escultura angelical, su cabello, algo largo
castaño oscuro, con algunos reflejos rojizos, hacían, tal como le había
comentado la pequeña, un aire misterioso y atrayente a su persona.
Lo cierto, aceptó Carolina, que era una extraña belleza cautivante.
- Puedo mostrarle la villa al completo, soy profesor de historia, si le
interesa saber de su historia…
Ella rió nuevamente asintiendo.
- Primero es mi nevera, Uriel.- le espetó.- Disculpa.
Carolina se alejó unos pasos acercándose al jardinero, comenzando a recitar
la lista que tenía en mente de alimentos y bebidas.
Uriel se quedó mirándola con una sonrisa interna.
- ¿Lindo interior?- Preguntó el padre Yael a su lado, en voz baja.
- Lindo interior.- confirmó.- Puro, enlazado con todo.
- Mummm… - el sacerdote observó con disimulo a la psicóloga.- ¿Crees que
ella…?
Asintió y su rostro se volvió serio mirando al cura.
- Mi trabajo ha comenzado.
- Lo sé,- puso una mano en su hombro.- ten cuidado, Uriel. Los humanos
somos torpes, pero aprendemos de los errores.
Uriel sonrió.
- Eso es lo que los hace interesantes.- volvió su vista hacia Carolina.-
Ella es interesante, no solo para mí. Todo está despertando.
-Avísame cuando creas conveniente.
-Lo haré.- aseguró viendo como Carolina acababa y se volvía hacia ellos.-
¿Podemos empezar la visita?
- Si, insiste señor profesor.- dijo ella graciosamente.
Uriel le mostró su brazo para que se enganchara, con una curva en sus
labios tan atractiva que Carolina sintió sus pulsos acelerarse, dejándola
atontada unos segundos.
- Saldré ahora mismo a por todo esto, Susana me acompañará.
Aníbal pasó por medio de ambos, haciéndola reaccionar. No tomó el brazo de
Uriel, pero le habló.
- Vayamos, profesor.
Y caminó adelante.
- Esto me va a gustar.- Comentó Uriel siguiéndola, dejando que sólo el
padre Yael lo oyera y riera con ello.
- Adelante, hijo, adelante.- apremió.
********************
Dafne corrió hasta salir afuera, de vuelta al jardín. Paró y suspiró.
Comenzó a caminar despacio, sin mirar a nadie ni nada, sus pies la guiaban por
el sendero hacia las rocas de la vieja iglesia quemada que fue imposible
restaurar.
Miró hacia la puerta y sonrió acercándose.
- Hola… estoy aquí, mamá…
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